Domingo 24 del Tiempo ordinario

Lectura del libro del Eclesiástico (Si 27, 30 -28, 9)

El rencor y la cólera son aborrecibles, el hombre pecador los guarda en su interior. El que se venga será víctima de la venganza del Señor, que le pedirá cuenta rigurosa de sus pecados. Perdona la injuria a tu prójimo, y entonces, si suplicas, te serán perdonados tus pecados. Si un hombre alimenta rencor contra otro, ¿cómo podrá pedir al Señor perdón? Si no tiene misericordia de su semejante, ¿cómo podrá suplicar por sus pecados? Si siendo carne guarda rencor, ¿quién le va a perdonar sus pecados? Acuérdate de tu final, y deja el odio. Acuérdate de la corrupción y la muerte, y guarda los mandamientos. Acuérdate de los preceptos, y no odies al prójimo; acuérdate de la alianza del altísimo, y pasa por alto la ofensa. Aléjate de las querellas y evitarás pecados, porque el hombre iracundo las atiza. El pecador siembra la discordia entre los amigos, y en medio de los que viven en paz lanza su calumnia.

SALMO RESPONSORIAL (Sal 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12 (R.: 8)

Bendice, alma mía, al Señor, 
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R.

R. El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.

Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. R.

No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo; 
no nos trata como merecen nuestros pecados 
ni nos paga según nuestras culpas. R.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles; 
como dista el oriente del ocaso, 
así aleja de nosotros nuestros delitos. R.

 

 

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos (Rom 14, 7-9)

Hermanos, ninguno de vosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, vivamos o muramos, somos del Señor. Porque por esto Cristo murió y resucitó: para reinar sobre muertos y vivos.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo (Mt 18, 21-35)

En aquel tiempo Pedro se acercó y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le dijo: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». «El reino de Dios es semejante a un rey que quiso arreglar sus cuentas con sus empleados. Al comenzar a tomarlas, le fue presentado uno que le debía millones. No teniendo con qué pagar, el señor mandó que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que le fuera pagada la deuda. El empleado se echó a sus pies y le suplicó: Dame un plazo y te lo pagaré todo. El señor se compadeció de él, lo soltó y le perdonó la deuda. El empleado, al salir, se encontró con uno de sus compañeros que le debía un poco de dinero; lo agarró por el cuello y le dijo: ¡Paga lo que debes! El compañero se echó a sus pies y le suplicó: ¡Dame un plazo y te pagaré! Pero él no quiso, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara la deuda. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor todo lo que había pasado. Entonces su señor lo llamó y le dijo: Malvado, te he perdonado toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, como yo me compadecí de ti? Y el señor, irritado, lo entregó a los torturadores, hasta que pagase toda la deuda. Así hará mi Padre celestial con vosotros si cada uno de vosotros no perdona de corazón a su hermano».

 

 

En las relaciones humanas el perdón es y siempre será una necesidad, y en la Iglesia mucho más todavía. Nunca podremos hablar del amor verdadero si no hay perdón auténtico; no vale decir «perdono pero no olvido», porque eso no es perdón verdadero y nos hace indignos del perdón de Dios. En el ámbito de la política —ya que hoy el Evangelio nos habla de un rey y sus ministros— una de las armas más letales a disposición de los que luchan por el poder son los dossiers. Cuando un político o un partido tiene un buen paquete de dossiers sobre sus rivales cree tener un tesoro, o más exactamente un arsenal con armas de destrucción personal. Sólo tendrá que darlos a la prensa en el momento oportuno y habrá deshecho y aniquilado a su oponente. Quizás nosotros no hacemos dossiers elaborados, pero seguramente tenemos nuestros archivos con recuerdos que quizás sería mejor destruir. Hoy, la Palabra de Dios nos invita a quemar archivos y dossiers para que la vida del Evangelio sea realmente una vida nueva.

La parábola del rey y del ministro inmisericorde es muy aleccionadora. Probablemente el concepto de la deuda sería el de los impuestos que el ministro había cobrado en nombre del rey sin habérselos entregado, con lo cual no sólo debía dinero al soberano, sino que lo había defraudado, y en una cantidad no pequeña, ya que diez mil era la cifra máxima a la que llegaban las matemáticas hebreas de aquella época y el talento era la mayor moneda de todas, con un valor astronómico para aquel tiempo y para el nuestro. Calculado en euros en el día de hoy, la deuda del ministro para con el rey sería de 2.400.000.000; así pues, creo que el ministro no sólo debía dinero al rey, sino que había cometido una estafa de las grandes; por eso, el perdón otorgado por el rey es más generoso y benévolo aún. Cien denarios, el sueldo que cobraba un jornalero en cien días, representarían unos 3.000 ó 4.000 €, una cifra ciertamente alta para nosotros, que somos trabajadores o jubilados y vivimos de un sueldo o de una pequeña pensión; pero era una cantidad insignificante para un ministro real y más cuando se le había perdonado una cuantía tan desorbitada. Ante el gozo de ser absuelto de su delito —la estafa— y de ver perdonada su deuda —diez mil talentos—, ¿no tendría que haber sido él más misericordioso y haber perdonado de corazón a su compañero? Con ello, Jesús quiere mostrarnos que, por muy grandes que nos parezcan las ofensas que han cometido contra nosotros, no son nada comparadas con el desastre que causan nuestros pecados respecto a nuestra relación con Dios y el prójimo.

Resulta fácil ver cómo se tendría que haber comportado el ministro de la parábola, también es fácil dar recetas de cómo deben obrar los demás; pero lo que Jesús nos dice es que cada cual ha de aplicarse la parábola en su vida. No podemos esperar el perdón de Dios si nosotros no estamos dispuestos a perdonar, si no, ¿por qué rezamos entonces el Padrenuestro? Decir a Dios: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» nos compromete mucho, pero hay que comprender que sin perdón no hay amor verdadero, y sin amor no hay vida. El odio y el rencor nos conducen a la muerte y nos alejan de Dios, que es la fuente de la vida eterna.

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